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Sobre la justificación de la abstención electoral

"El ciudadano no solo tiene los gobernantes que se merece, también el sistema que se merece".


Serie de dos artículos publicados en abril (24) y mayo (8) de 2019. Ambos han sido actualizados, corregidos y mejorados.



En esta oportunidad quiero compartir una reflexión entorno a un ensayo que encontré en mis recientes estudios sobre la democracia liberal. El documento tiene por título: La justificación de la abstención, y ha sido escrito por el jurista español Josep M. Vilajosana. Lo encontré sumamente interesante, tanto por su contenido como por sus más de 25 referencias bibliográficas, en las cuales el autor acude a grandes politólogos y filósofos tales como Giovanni Sartori, Douglas North y Max Weber. En los próximos párrafos resumiré algunos de los puntos más notables.



“¿Los ciudadanos tienen el deber político (o incluso moral) de votar?” comienza interpelando el Prof. Vilajosana. Para responder a esta interrogante el autor analiza las posibles respuestas desde tres ámbitos: la racionalidad, la legitimidad y la representatividad. Sobre la primera el autor precisa ideas muy interesantes, a saber: “El beneficio que cada uno saca yendo a votar (medido por el valor del resultado deseado multiplicado por la probabilidad de incidir en él) es insignificante, tanto que no compensa los costes. Esta situación, señala el autor, comporta lo que se ha dado por llamar la paradoja del voto”.


El autor señala algo que los ciudadanos no advertimos con facilidad: el costo de la información y aludiendo a North señala: “El costo de votar no es muy grande, pero sí que lo es el de estar permanentemente y profundamente [cursivas mías] informado como exigen nuestras sociedades contemporáneas”. En este sentido, concluye: lo que permite legitimar un gobierno no solamente es el voto sino más bien el voto mínimamente informado [cursivas del autor]. Ante esta condición, surgen las siguientes interrogantes: ¿cómo es posible informarse bien si las regulaciones estatistas imponen restricción para hacer propaganda siempre, y cuando es el momento de hacerla la regulan al máximo? ¿Cómo es posible informarse bien si los partidos políticos juegan constantemente al lawfare, o sea, “al ataque jurídico del adversario político”, desviando con ello la atención y evadiendo la discusión filosófica y programática? Ciertamente las redes sociales hoy informan, pero dicha información se estanca en la politiquería, la histeria anticorrupción y la paranoia del fraude electoral, generando ignorancia y confusión.


Ante la paradoja del voto, autores como Nino han propuesto la “obligatoriedad del voto”, pues de no hacerlo, sostienen, se “perdería el bien público de la democracia; por esta vía no tiene más justificación el abstencionista que la que tiene el free rider (consumidor que no paga) que se aprovecha de un bien generado por la cooperación de los demás miembros de un grupo”. Desde luego que, desde mi perspectiva, el voto debe ser libre, y eventualmente censitario, como era en la antigüedad, donde votaban quienes tributaban o quienes iban a la guerra, es decir, quienes tenían algo que perder. El sufragio universal fue una conquista de los Jacobinos (republicanos centralistas y socialistas) desde la Revolución Francesa y hoy en día es casi “un dogma sacrosanto, de esos que sería criminal cuestionar”, como dice el diputado Bastiat.


En términos de legitimidad nos refiere el autor: cabría pensar que en una sociedad en la que se den bajos niveles de participación electoral, el sistema político pierde legitimidad. En efecto, pero advierte dos elementos que suponen un análisis más profundo sobre el tema: el del consentimiento (en la justificación de la democracia) y el de que existan otros canales de participación política de la ciudadanía distintos de las elecciones. Sobre el consentimiento se puede subrayar lo siguiente: la democracia no se justifica totalmente por el consentimiento, pues el hecho de no votar no implica necesariamente que el ciudadano se libere de la obligación de obedecer a un gobierno y sus leyes. Si no votas igualmente estás obligado a regirte bajo el sistema de gobierno que finalmente sea elegido. Bajo este argumento cierto grado de abstención, dice el autor, es aceptable sin que el régimen [democrático] pierda legitimidad.


Sobre la participación política cabe resaltar dos aspectos interesantes: 1) el hecho de que en una primera aproximación, la abstención es el resultado de la apatía frente a las elecciones y más precisamente, frente a la oferta política. No obstante, dice el profesor Vilajosana, 2) esta abstención no siempre es síntoma de “apatía”. Algunos ciudadanos se abstienen de votar porque prefieren utilizar otros canales de participación ciudadana en los asuntos públicos. Cabe entonces la pregunta: ¿existen otros canales de participación ciudadana en los asuntos públicos más efectivos que los partidos políticos? O mejor aún: ¿son los partidos políticos actuales, en cualquier país de América Latina, canales efectivos de participación ciudadana? ¿O son meros vehículos para hacerse del poder de forma legal más no legítima?


Las preguntas anteriores nos conducen al tercer elemento que pone de manifiesto nuestro autor bajo estudio: el de la representatividad. Al respecto apunta: si una gran parte del electorado se abstiene, es probable que sus intereses no sean representados en el proceso político. ¿A qué nos referimos cuando decimos “intereses”? Posiblemente el proceso político en Guatemala, por ejemplo, advierta con cierto grado de precisión el interés público (reducir la pobreza, la violencia y la corrupción), pero ello no supone necesariamente que las propuestas de política pública ofrecidas por los candidatos y partidos sean consideradas las más eficaces y necesarias. ¡El "cómo" llegar al resultado deseado viene a ser un punto de significativa relevancia!


“La falta de representatividad, apunta el jurista español, deteriora gravemente el valor del sistema democrático” y párrafo seguido refiere “la democracia se caracteriza por ser el sistema de decisiones colectivas con mayor capacidad para contemplar imparcialmente todos los intereses y valoraciones en conflicto”, una democracia apática, a diferencia de una democracia participativa, no apunta precisamente hacia soluciones imparciales. Y en este sentido Vilajosana señala otro elemento destacable: es muy importante considerar no solo cuántos participan sino quienes lo hacen. ¿Quiénes realmente votan en Guatemala y en nuestros países en América Latina? ¿Están estos ciudadanos profundamente informados o mejor aún, formados?


Bien, se me ha hecho larga esta columna. Hasta aquí algunas conclusiones preliminares: hay razones de peso a favor de la justificación de la abstención, considerando el deber de votar no como un deber absoluto sino como un derecho “no necesariamente adquirido de forma voluntaria”. Salta a la vista además que en materia de racionalidad, legitimidad y representatividad nuestro sistema democrático se encuentra capturado por el estatismo y, por tanto, no está dotado de las herramientas que lo blindan de la demagogia, su forma degenerada. Devolver el sistema a su estado republicano o liberal clásico, es decir, combinarlo apropiadamente con elementos de los otros dos sistemas puros de gobierno (monarquía y aristocracia) implica reformar la ley electoral, eliminando de ella todo lo que concierne a partidos políticos y ajustando el mecanismo con otros elementos que le hacen menos proclive a la "tiranía de las masas" (e.g. alternabilidad de elecciones, sufragio censitario, etc.).


Aprovecho para compartir aquí una conferencia del ex magistrado del Tribunal constitucional del Perú, el Lic. Jose Luis Sardón; allí él expone una serie de elementos que definen la democracia liberal, el tipo de democracia que hoy no tenemos y al cual debemos apostar los guatemaltecos y latinoamericanos.


De momento y mientras alcanzamos esa meta, la abstención, el voto nulo y el voto en blanco son opciones electorales legítimas, moralmente válidas, racionales y congruentes. Continuaré.


II


En la primera parte de este artículo, publicado en este medio, comenté los aspectos de racionalidad, legitimidad y representatividad que el profesor Josep Vilajosana (España) plasma entorno a la abstención electoral en un excelente ensayo que titula "La justificación de la abstención". En este terminaré de comentar otros aportes que me parecen muy valiosos para los interesados en verdadera Ciencia política, y no la politiquería anecdótica, superficial y distractora, a la cual nos tienen acostumbrados los politiqueros y partidos políticos en campaña. Veamos…


"El horror del vacío"

Según nuestro autor “existe un deber posicional de los ciudadanos a apoyar al Estado del que forman parte en todo aquello que consista en mantener o mejorar su régimen democrático, del cual deriva, por las consideraciones de racionalidad, legitimidad y representatividad ya apuntadas, un deber prima facie (a primera vista) de votar”. De lo contrario, agrego, sobrevendría la anarquía o la tiranía, dos extremos que, asumiremos, una mayoría de ciudadanos rechazaría. No obstante, continua el profesor: “Si la conexión con las instituciones políticas se pierde, el carácter instrumental de la participación dejará de tener significado para la mayoría de los ciudadanos, especialmente para aquellos que están mejor informados y son más activos políticamente”.


¿Existe una desconexión entre las instituciones políticas y los ciudadanos en Guatemala y América hispana? El siguiente gráfico evidencia el caso guatemalteco de los últimos 65 años.



El abstencionismo siempre es mayor en la segunda vuelta. Así se manifesta la "mayoría silenciosa o silenciada".


Fuente: elaboración propia con base en información recabada por el Partido Fusionista.


¡Es evidente! Los partidos políticos no pueden “conectar” con sus afiliados y simpatizantes porque, en principio, el Estatismo se ha apoderado de ellos, ofreciendo un régimen bajo el cual los favores se corresponden con intereses perversos. Y esto ocurre desde que empezó a prevalecer el gobierno ilimitado en atribuciones, poderes y recursos. En la medida en la que el gobierno perdió su razón de ser: garantizar la seguridad, justicia y obras públicas, éste sacrificó los genuinos incentivos para hacer política y los convirtió en intereses perversos por los cuales habría un candidato o partido de llegar al poder.


Segundo, y como instrumento de lo anterior, el Estatismo impuso una camisa de fuerza que se llama “ley […] contra los partidos políticos” la cual prescribe toda forma de organización interna, capacitación y formación de cuadros, propaganda y financiamiento, inhibiendo toda creatividad e innovación política. A ello habría que agregar otros fenómenos que derivan del mismo Estatismo y que abonan al complejo cuadro: la educación adoctrinadora, los mercados reprimidos, la ausencia de propiedad privada y la atención médica deplorable, son sólo algunos de esos aditivos que han hecho del régimen democrático un sistema que genera rechazo, indiferencia, apatía y aversión.


Así las cosas, el Profesor Vilajosana visualiza dos opciones para mostrar la insatisfacción: la salida o la voz. “La salida consiste en que el cliente insatisfecho con el producto de una empresa o la actividad de una organización se pasa a otra”. El ciudadano sencillamente se mueve, “utiliza, así, el mercado [disponible] para defender su bienestar” (corchetes míos). ¿No es acaso un síntoma inequívoco de este fenómeno el hecho que millones de ciudadanos huyen del país, buscando mejores oportunidades? ¿Acaso no los migrantes son el más vivo ejemplo de la desconexión de las instituciones públicas con los ciudadanos?


La otra opción es el “el empleo de la voz". Refiriendo a Hirshman (1977) el autor señala: "es un intento por cambiar un estado de cosas poco satisfactorio, en lugar de abandonarlo, mediante la petición individual o colectiva a los administradores directamente responsables, mediante la apelación a una autoridad superior con la intención de forzar un cambio de administración, o mediante diversos tipos de acciones y protestas, incluyendo las que tratan de movilizar la opinión pública". ¿No es acaso un ejemplo inequívoco las protestas, marchas y bloqueos que sucitan con frecuencia en nuestros países? El empleo de la voz, ciertamente, no siempre es método pacífico; es de hecho, casi siempre violento.


Quiero rescatar, sin embargo, un aspecto del segundo nivel, el cual el plantea desde la perspectiva de “las formas de participación”. Explica: “si en vez de tomar como marco de referencia el subsistema de partidos se toma todo el sistema político democrático, entones una abstención acompañada de participaciones públicas a través de otros canales […] podría ser considerada una salida: el objetivo, entonces, sería que cambiara no sólo el partido a, sino todo el subsistema de partidos, pero sin alcanzar al sistema democrático”. Este es el caso del partido político en formación Fusionista con su campaña del #HuelgaElectoral o #VotoAntisistema. Esta campaña busca precisamente atraer hacia una nueva opción política, una que propone un cambio del subsistema de partidos políticos, alcanzando, de hecho, el sistema democrático, pero sin buscar reemplazarle. Considera más bien la democracia como un medio para ejercer el poder de manera genuina, pero manteniéndola bajo ciertos límites y condiciones. ¿Qué condiciones? La del capitalismo liberal y democrático. ¿Qué límites? La de no atentar contra los derechos individuales a la vida, la libertad y la propiedad.


Vilajosana citando a Weber (1993) nos enseña: “El político responsable es el que mantiene sus principios, pero a la vez tiene en cuenta las consecuencias de sus actos”. En tal sentido, plantea dos Cláusulas cautelares o condiciones para que la abstención sea justificable en un régimen democrático: “a) que la finalidad que se persigue no pueda ser alcanzada por medio del voto; la abstención se justifica por el estado de cosas que pueda alcanzar, si es que puede alcanzarlo. Y b) que los males que intenta evitar […] no sean probablemente más grandes que aquellos que se causarán con ella.


Dicho esto, nuestro autor pasa a delinear los tipos de abstención: la abstención indiferente [o pasiva] y la abstención beligerante [o activa], corchetes míos. De la indiferente poco que decir: sencillamente refleja la ausencia de interés por el tipo de régimen que prevalece o por algún componente del mismo. De la beligerante cabe apuntar que “se puede estar a favor de la democracia, pero abstenerse porque no se está de acuerdo con el sistema de partidos”. Este es el caso de los que nos consideramos liberales clásicos, aunque a mí me gustaría replantearla más bien como abstención propositiva, pues no podemos contribuir ni mucho menos ser cómplices de un régimen democrático que no corresponde con nuestro anhelo de democracia liberal o limitada, esa que en términos de Fishkin “debería alcanzar el máximo de igualdad política [igualdad ante la ley], deliberación y no tiranía de la mayoría”, pero tampoco podemos ser indiferentes a la necesidad de cambio, de un cambio para bien. Un cambio que es posible sólo si transitamos al capitalismo liberal y democrático, mediante la derogación de las leyes malas y las 5 Reformas.



En fin, queda así mucho para aprender del jurista Josep Vilajosana y cía. ¡Hazte un favor: no te pierdas esa lectura y considera la #HuelgaElectoral o #VotoAntisistema que acompaña el Partido Fusionista como una opción en estas elecciones generales 2023!

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