El consejo de Dios para las Naciones
Nuestros esfuerzos, siempre y cuando, inteligentes, no serán en vano.
Este artículo es continuidad de los dos anteriores: “Condicionalismo” y “El castigo de Dios a las Naciones”. En estos artículos, me he corrido el “riesgo” de ser tachado, cuando menos, de ignorante. Mucha gente cree, erróneamente, que religión y política no se mezclan y que cualquier intento de asociarlas a nada lleva. Yo afirmo que, nos guste o no, la religión y la política se mezclan, y mucho. Es más, afirmo que hoy estamos como estamos, precisamente porque la política abandonó hace mucho las enseñanzas cristianas.
No siempre fue así. El politólogo cristiano Alberto Mansueti, en su artículo “El bautismo de las Naciones”, el cual puedes leer en internet, repasa cómo los apóstoles y primeros discípulos de Jesús resucitado, en respuesta al mandato expresado en Mateo 28, 19-20 bautizaron a las naciones y las discipularon en “todas” las enseñanzas cristianas, incluyendo los principios éticos, jurídicos, económicos y políticos del Antiguo y Nuevo Testamento.
Emperadores, reyes y duques, pensadores y escritores, las élites y el pueblo, fueron impregnados con estas enseñanzas, dando vida a una cultura política cristiana. El resultado fueron los muchos procesos civilizatorios; los pactos, cartas-pueblas y fueros, escuelas y universidades, códigos, constituciones y declaraciones, en las cuales se consagraron las nociones de gobierno limitado, mercados libres y propiedad privada.
Los buenos cristianos, “condicionalistas”, debemos retomar nuestra responsabilidad y esforzarnos por crear las condiciones para que nuestros gobiernos se vuelvan al “consejo” de Dios para las Naciones. Conscientes de que Él, en su Soberanía, podría no levantar su justo castigo a las naciones rebeldes, pero “con la certidumbre de que los esfuerzos que realizamos por Él no serán en vano” (I Cor 15, 58).
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