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Foto del escritorAlberto Mansueti

Encuadramiento, rango y disciplina

Muchos jefes, pocos subordinados


Abril, 2017.


A Ronald Coase, genial economista, Dios le concedió la gracia de vivir 102 años, para que pudiese recibir los reconocimientos que al principio se le negaron. Como el Nobel, en 1991, que tuvo a sus 81 primaveras, por un brillante concepto de empresa, que desarrolló en los años ’30, y publicó en 1937: “Una teoría de la firma”.


Como buen inglés, Coase tenía sentido práctico, y sentido del humor. Para escribir sobre la empresa, fue a visitar toda clase de fábricas y negocios. Los economistas no suelen hacer eso, y él les hizo un chiste: “Cuando un economista quiere escribir sobre caballos, es probable que en vez de ir al campo a ver caballos, se siente en su cubículo universitario y piense: ‘¿qué haría yo si fuese un caballo?’”


Coase es uno de los más lúcidos defensores del libre mercado. Su famoso “Teorema de Coase” dice que algunos problemas, como los de contaminación ambiental, pueden resolverse sin la intromisión del Estado, por negociaciones entre las partes involucradas, si no hay altos costos de transacción, y si los derechos de propiedad están bien definidos y especificados.


Sin embargo, su estudio juvenil sobre “la naturaleza de la empresa” les cayó pésimo a sus colegas libremercadistas, en principio. Afirmó que el sistema de mercados libres para que las empresas se hagan competencia abierta entre ellas es maravilloso, y el estatismo desastroso, pero “dentro” de cada empresa individual, no hay libre mercado, sino todo lo contrario: hay cadenas de mando, en un orden jerárquico.


“Las empresas son islas de planificación central en medio del océano del mercado”, escribió, refraseando al economista D. H. Robertson. Y dio las razones: así las empresas ahorran los “costos de transacción”, evitan buscar y negociar constantemente con los factores de la producción.


Deberían entender esto los buenos lectores de la “Investigación sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las naciones” de Adam Smith, Libro I Capítulo I, sobre “división del trabajo”, y el famoso ejemplo de la fábrica de alfileres. Y todo buen conocedor de las “economías de escala” debería saber las ventajas de las firmas grandes, fruto de la “racionalidad capitalista” según Max Weber; y ver que la micro y pequeña empresa suele padecer “deseconomías de escala”, que mucho nos cuestan a todos.


En América latina tenemos cientos de leyes malas contra las grandes empresas: toneladas de regulaciones e impuestos como cañonazos, las debilitan y destruyen, e impiden crecer a los negocios pequeños. Ningún país se ha hecho grande con puras micro-empresas y empresas familiares, que son un desahogo para la economía individual de muchos, pero antieconómicas desde el punto de vista de la Economía Política. Mao también quería “un horno de fundición en cada hogar campesino”; y fracasó.


Los gobiernos socialistas dan “apoyo a la pequeña empresa”, consigna que refuerzan los libros de autoayuda y “emprendedurismo”: “¡Gana tu independencia con tu empresa propia, y sé tu propio jefe!” Es un engaño populista, como el de la “casa propia”, o la esclavitud hipotecaria. No obstante, muchos economistas, incluso sedicentes “libertarios”, corean el “discurso PYME”. Y no casualmente, son los mismos que se niegan a hacer partidos políticos.


¿Y por qué tanta gente se ilusiona con su “propia PYME”? Porque hay tres elementos clave en toda empresa grande, mismos que encontramos en un partido político, y en cualquier organización de cierto tamaño, que hoy en día a la gente le repelen: encuadramiento, rango y disciplina.


(1) Cuando Ud. ingresa en una empresa grande, Ud. va a pertenecer a un departamento o sección: producción, ventas, administración, contabilidad o el que sea, al cual Ud. va a estar adscrito. Ese es encuadramiento. (2) En su sección Ud. será el Gerente, o el Subgerente, o será empleado raso. Eso es rango: Ud. tendrá un nivel dado en la cadena de mando, tendrá superiores y posiblemente subalternos. (3) Y Ud. tendrá que cumplir ciertos objetivos y metas, según sus funciones; y probablemente cumplir horario, reportar con frecuencia, evaluar y ser evaluado… Eso es disciplina.


La cadena de mandos no es exclusiva de las grandes corporaciones, los militares y la policía; la hay también en la Iglesia Católica romana y en las Iglesias Protestantes históricas; que son instituciones ahora en declive, porque el orden jerárquico racional choca y repugna profundamente al individualismo anárquico, emocional y subjetivista, hoy predominante en la cultura.


Este espíritu revoltoso, ¿de dónde salió? Pues de una filosofía venenosa: el existencialismo de Kierkegaard, Heidegger, Sartre y la Beauvoir, cuyos enormes daños para el curso presente de la humanidad todavía no se han terminado de evaluar.


“¡Sube tu autoestima! ¡Desarrolla tu potencial de liderazgo!” dicen miles de libros que se editan cada año. Es increíble pero este evangelio existencialista práctico se vende en librerías “cristianas”. ¿Qué resulta? Que cada quien quiere ser “líder”, y tenemos el síndrome “mucho cacique y poco indio”, como bien dice el chiste popular.


Otro Evangelio aconseja justo al revés: “Aprended de Mí que soy manso y de corazón humilde, y hallaréis descanso para vuestras almas”, el de Mateo, 11:29. Por esto Friedrich Nietzsche y Adolf Hitler pensaron que el cristianismo es una “religión de esclavos”; y predicaron todo lo contrario a mansedumbre y humildad: orgullo y altivez. ¿Qué resultó? La II Guerra Mundial, una carnicería.


¿Sabes cómo se hicieron grandes los países grandes? Entre otros factores, por sus grandes empresas, casi todas fundadas en el XIX, el siglo del capitalismo. Consulta Wikipedia en inglés: Companies established in the 19th Century. Empresas que nacieron pequeñas, y se hicieron grandes.

¿Y cómo crecieron? En un entorno de mercados libres, pero con la fórmula “Encuadramiento, Rango y Disciplina” en su estructura interna. Detalle de importancia: la mayoría de sus propietarios, gerentes, técnicos, empleados y obreros, eran cristianos, de los de antes, no de los que predican el orgullo y la altivez, sino lo opuesto. ¿Me explico? ¡Hasta la próxima si Dios quiere!

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