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Derecha e Izquierda

Traducción al español realizada por Leslie Rivera. Revisión y edición por Jorge Chapas. Partido Fusionista, Guatemala, agosto 2024. (1)


“Leftism. From de Sade and Marx to Hitler and Marcuse” (2)

Capítulo 4, Parte I


Erik von Kuehnelt-Leddihn (3)

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Hasta ahora, hemos despejado muchos escombros semánticos en el vocabulario comúnmente utilizado en el mundo occidental (aunque a veces no en Estados Unidos). Pero ahora hemos llegado a una definición muy necesaria, no universalmente aceptada, la definición de los términos “derecha” e “izquierda”.


Si existiera una definición factible, nuestra tarea sería superflua. Lo mismo ocurriría si pudiéramos prescindir por completo de estas dos palabras mágicas. Sin embargo, pueden ser muy útiles y, a menudo, como etiquetas prácticas, simplifican realmente las cosas.


La derecha y la izquierda se han utilizado en la civilización occidental desde tiempos inmemoriales con determinados significados; la derecha (en alemán: rechts) tenía una connotación positiva, la izquierda una negativa. En todas las lenguas europeas (incluidos los modismos eslavos y el húngaro) derecha está relacionada con “derecho” (ius), justo, correcto; en alemán, gerecht (justo); el ruso pravo (ley), pravda (verdad); mientras que en francés gauche (izquierda) también significa “incómodo, torpe"; (en búlgaro: levitsharstvo). El italiano sinistro puede significar izquierdo, desafortunado o calamitoso; el inglés sinister puede significar izquierda u oscuro. La palabra húngara para "derecha" es jobb, que también significa "mejor", mientras que bal (izquierda) se usa en sustantivos compuestos en sentido negativo: balsors es desgracia.


En el lenguaje bíblico, los justos en el Día del Juicio estarán a la derecha y los condenados a la izquierda. Cristo se sienta ad dexteram Patris (a la derecha del Padre), como afirma el Credo de Nicea. En Gran Bretaña se impuso la costumbre de repartir los asientos entre los partidarios del gobierno, a la derecha, y la oposición, a la izquierda. Y cuando se vota en la Cámara de los Comunes, los "ayes" pasan al vestíbulo de la derecha, detrás de la silla de la silla del orador, mientras que los "noes" van al vestíbulo de la izquierda. Cuatro miembros cuentan los votos e informan al Orador del resultado. Así, en la Madre de los Parlamentos, derecha e izquierda implican afirmación o negación.


En el continente, empezando por Francia, donde la mayoría de los parlamentos tienen forma de herradura (y no filas de bancas enfrentadas), los partidos más conservadores se han sentado a la derecha, normalmente flanqueados por los liberales; luego vinieron los partidos de centro (que con frecuencia ocuparon puestos clave en la formación de coaliciones de gobierno); después los “radicales” y, por último, los socialistas, socialistas independientes y comunistas. Desgraciadamente, en Alemania, después de la Primera Guerra Mundial, los Nacionales Socialistas se situaron en la extrema derecha porque, para los ingenuos, los nacionalistas eran derechistas, o incluso no conservadores, una idea grotesca cuando se recuerda lo antinacionalistas que habían sido en el pasado Metternich (4) , las familias monárquicas y los ultraconservadores europeos. El nacionalismo, de hecho, ha sido un subproducto de la Revolución Francesa (no menos que el militarismo). Al fin y al cabo, el nacionalismo (tal y como se entiende el término en Europa, aunque no en América) es identitario, mientras que el patriotismo no lo es. En Europa Central, el nacionalismo tiene una connotación puramente étnica e implica un entusiasmo exagerado por la cultura, la lengua, el folklore, y las formas de vida. El patriotismo, en cambio, hace hincapié en el país. Un patriota será feliz si hay muchas nacionalidades viviendo en su Patria, cuya tónica debe ser la variedad, no la uniformidad. El nacionalista es hostil hacia todos aquellos que no se conforman étnicamente. Así, el nacionalismo (tal como se entiende en el continente) es el hermano de sangre del racismo.


La ubicación errónea de los nazis en el Reichstag ha endurecido así una confusión semántica y de pensamiento lógico que había comenzado tiempo atrás. Los comunistas, los socialistas y los anarquistas fueron identificados con la izquierda, y los fascistas y los nacionalsocialistas con la derecha. Al mismo tiempo, se descubrieron una serie de similitudes entre los nazis, por un lado, y los comunistas, por otro. Así surgió la famosa y perfectamente idiota fórmula: “Nos oponemos a todo extremismo, sea de izquierdas o de derechas. Y, de todos modos, rojos y pardos son prácticamente lo mismo: los extremos siempre se encuentran”.


Todo esto es el resultado de un pensamiento muy chapucero, porque los extremos nunca se encuentran. El frío extremo y el calor extremo, la distancia extrema y la cercanía, la fuerza extrema y la debilidad extrema, la velocidad extrema y la lentitud extrema, ninguna de ellas “se encuentra” jamás. No llegan a ser idénticos, ni siquiera parecidos. En cuanto uno contraataca y pregunta al buen hombre que acaba de pontificar sobre el encuentro de los extremos, qué entiende exactamente por derecha e izquierda, se muestra incapaz de dar ningún análisis coherente de estos términos. Lamentablemente, insinuará que en el extremo están los reaccionarios, los fascistas, por ejemplo. Cuando se le pregunta si La Repubblica Sociale Italiana de Mussolini era un establishment reaccionario o de izquierdas, volverá a murmurar algo sobre esos extremos paradójicos. Ciertamente, la izquierda es colectivista y progresista; los comunistas son “progresistas extremos”. Si se aferra a esta tontería, habría que señalarle que ciertas sociedades primitivas africanas con un colectivismo tribal no son en realidad tan “extremadamente progresistas”. Este suele ser el momento en que la conversación caduca.


El primer fallo de este flojo razonamiento reside en la ya mencionada creencia de que “los extremos se encuentran”; el segundo, [es] la casi total ausencia de definiciones claras de izquierda y derecha. En otras palabras, hay una deficiencia de lógica, así como una ausencia de claridad semántica. La lógica es independiente de nuestros caprichos, pero podemos ofrecer definiciones claras.


Convengamos entonces en que lo correcto es lo que es verdaderamente correcto para el hombre, sobre todo su libertad. Porque el hombre tiene una personalidad, porque es un enigma, un “rompecabezas”, una pieza de un rompecabezas que nunca encaja completamente en ningún cuadro social o político preestablecido, necesita “espacio para los codos”. Necesita un cierto Lebensraum [hábitat] en el que pueda desarrollarse, expandirse, en el que tenga un pequeño reino personal. L'enfer, c'est les autres. “El infierno son los demás” ha dicho Sartre, un existencialista pagano, hacia el final de su obra Huis Clos. La Gran Amenaza nos rodea. Es vertical porque viene de arriba, pero también es horizontal porque nos ataca por todos lados. En un colectivismo asegurado por el Estado, prescrito por el gobierno y—lo que es peor—respaldado por la sociedad, está en juego nuestra libertad, nuestra personalidad “occidental”, nuestro crecimiento espiritual, nuestra verdadera felicidad. Y todos los grandes ismos dinámicos de los últimos 200 años han sido movimientos de masas que atacaban incluso cuando tenían la palabra “libertad” en sus labios—la libertad, la independencia de la persona. Desde el punto de vista programático, esto se hizo en nombre de todo tipo de ideales de alto e incluso bajo perfil: Nacionalidad, raza, mejor nivel de vida, “justicia social”, “seguridad”, convicción ideológica, restauración de los derechos ancestrales, lucha por un mundo más feliz para todos. Pero en realidad el motor de estos movimientos fue siempre la loca ambición de intelectuales dotados de oratoria o al menos de literatura y la movilización exitosa de masas llenas de envidia y sed de “venganza”.


El derecho debe identificarse con la libertad personal, con la ausencia de visiones utópicas cuya realización, incluso si fuera posible, requeriría enormes esfuerzos colectivos; representa formas de vida libres y orgánicamente desarrolladas. Y esto implica a su vez un respeto por la tradición. La derecha es verdaderamente progresista, mientras que no hay avance real en los utopismos que casi siempre exigen—como en la Internacional—para “hacer tabla rasa” del pasado, du passe faisons table rase: dyelayem glad kuyu dosku iz proshlago! Si volvemos al punto cero, nos encontramos de nuevo en la parte inferior de la escalera, tenemos que empezar de cero otra vez. Bernardo de Chartres decía que las generaciones eran “como enanos sentados en los hombros de gigantes, capaces por ello de ver más cosas que sus antepasados y a mayor distancia”. De hecho, casi todas las utopías, aunque de temperamento “futurista”, siempre han predicado un retorno a una supuesta Edad de Oro, brillando con los colores más atractivos de una versión falsamente romantizada. El verdadero derechista no es un hombre que quiera volver a tal o cual institución por el mero hecho de volver; quiere primero descubrir lo que es eternamente verdadero, eternamente válido, y luego restaurarlo o reinstalarlo, independientemente de que parezca obsoleto, de que sea antiguo, contemporáneo, o incluso sin precedentes, flamante, “ultramoderno”. Se pueden redescubrir viejas verdades, encontrar otras totalmente nuevas. El Hombre de Derecho no tiene una mente limitada en el tiempo, sino soberana. En caso de que él sea cristiano, él es, en palabras del Apóstol Pedro, el administrador de una Basíleion Hierateuma, un Sacerdocio Real.


La derecha defiende la libertad, una forma de pensar libre y sin prejuicios, la disposición a preservar los valores tradicionales (siempre que sean valores verdaderos), una visión equilibrada de la naturaleza del hombre, que no ve en él ni bestia ni ángel, insistiendo también en la singularidad de los seres humanos, que no pueden ser transformados ni tratados como meros números o cifras; pero la izquierda es la defensora de los principios opuestos. El izquierdismo es enemigo de la diversidad y promotor fanático de la identidad. En todas las utopías izquierdistas se hace hincapié en la uniformidad, un paraíso en el que todos deberían ser "iguales", donde la envidia ha muerto, donde el "enemigo" o bien ya no existe, vive fuera de las puertas o es humillado por completo. El izquierdismo detesta las diferencias, la desviación, las estratificaciones. Cualquier jerarquía que acepte es sólo "funcional". El término "uno" es la nota clave: debería haber sólo una lengua, una raza, una clase, una ideología, una religión, un tipo de escuela, una ley para todos, una bandera, un escudo de armas y un estado mundial centralizado.


Las tendencias de izquierda y derecha pueden observarse no sólo en el ámbito político, sino en muchas áreas de interés y esfuerzo humano. Tomemos como ejemplo la estructura del Estado. Los izquierdistas creen en una fuerte centralización. Los derechistas son “federalistas” (en el sentido europeo), “defensores de los derechos de los Estados”, ya que creen en los derechos y privilegios locales, defienden el principio de subsidiariedad. Las decisiones, en otras palabras, deben tomarse y ejecutarse en el nivel más bajo: la persona, la familia, el pueblo, el municipio, la ciudad, el condado, el Estado federado y, por último, en la cima, el gobierno de la capital de la nación. El desmembramiento de las gloriosas antiguas provincias francesas con sus parlements y su sustitución por pequeños départements, bautizada con el nombre de algún accidente geográfico y totalmente dependiente del gobierno de París, fue una “reforma” típicamente izquierdista. O fijémonos en la educación. El izquierdista es siempre un estatista. Tiene todo tipo de agravios y animadversiones contra la iniciativa personal y la empresa privada. La noción de que el Estado lo haga todo (hasta que, finalmente, sustituya toda existencia privada) es el Gran Sueño Izquierdista. Así, es una tendencia de izquierdas tener escuelas municipales o estatales, o tener un ministerio de educación que controle todos los aspectos de la educación. Por ejemplo, existe la famosa historia del Ministro de Educación francés que saca su reloj y, echando un vistazo a su esfera, dice a su visitante: “En este momento, en 5,431 escuelas primarias públicas están escribiendo un ensayo sobre las alegrías del invierno.” Las escuelas eclesiásticas, las parroquiales, las privadas o los tutores personales no concuerdan en absoluto con los sentimientos izquierdistas. Las razones de esta actitud son múltiples. Aquí no solo está implicado el deleite en el estatismo, sino que también es decisiva la idea de uniformidad e igualdad; es decir, la noción de que las diferencias sociales en la educación deberían eliminarse, y todos los alumnos deberían tener la oportunidad de adquirir el mismo conocimiento, el mismo tipo de información de la misma manera y en el mismo grado. Esto debería ayudarles a pensar de forma idéntica o, al menos, similar. Es natural que esto sea especialmente cierto en los países en los que se impulsa el “democratismo” como ismo. Allí se intentará ignorar las diferencias de coeficiente intelectual y de esfuerzo personal. A veces se eliminarán las notas y los boletines de notas, y la promoción de un curso al siguiente será automática. Es obvio que desde un punto de vista escolástico esto tiene resultados desastrosos, pero a un verdadero ideólogo esto apenas le importa. Cuando se le informó de que los hechos no concordaban con sus ideas, Hegel replicó una vez severamente, “Um so schlimmer für die Tatsachen”—tanto peor para los hechos.


Al izquierdismo no le gusta la religión por varias causas. Sus ideologías, su Estado omnipotente y omnipresente quieren una lealtad indivisa. Con la religión se interpone al menos otra lealtad (a Dios), si no también la lealtad a una Iglesia. Frente a la religión organizada, el izquierdismo conoce dos procedimientos muy divergentes. Una es una forma de separación de la Iglesia y el Estado que elimina la religión del mercado y trata de atrofiarla, no permitiendo que exista en ningún lugar fuera de los recintos sagrados. La otra es la transformación de la Iglesia en un establecimiento totalmente controlado por el Estado. En estas circunstancias, se asfixia a la Iglesia, no sé la mata de hambre. Los nazis y los soviéticos utilizaron el primer método; Checoslovaquia sigue empleando esta última.


El sesgo antirreligioso del izquierdismo descansa, sin embargo, no solo en el anticlericalismo, el antieclesiasticismo y el antagonismo contra la existencia de otro cuerpo, otra organización dentro de los límites del Estado: Recibe su impulso no solo de los celos sino, sobre todo, del rechazo de la idea de un orden sobrenatural, espiritual. El izquierdismo es básicamente materialista.


El Estado providente, el Estado servil de Hilaire Belloc (5) , es obviamente una creación de la mentalidad izquierdista. No lo llamaremos Estado del Bienestar porque todo Estado existe para el bienestar de sus ciudadanos; aquí se ha abusado de un buen nombre para una cosa mala. En la profecía final de Alexis de Tocqueville en Democracia en América se ha predicho con gran exactitud la posibilidad, es más, la probabilidad de la evolución totalitaria del Estado democrático hacia el Estado Providencia. También aquí se cumplen dos deseos de los izquierdistas: la extensión del gobierno y la dependencia de la persona del Estado, que controla su destino desde la cuna hasta la tumba. Cada movimiento del ciudadano, su nacimiento y su muerte, su matrimonio y sus ingresos, su enfermedad y su educación, su entrenamiento militar y su transporte, sus propiedades inmobiliarias y sus viajes al extranjero, todo debe ser de conocimiento del Estado.


Se podría continuar con esta lista ad nauseam. Naturalmente, hay que añadir que en el orden práctico de las cosas hay excepciones a la regla, porque el izquierdismo es una enfermedad que no se propaga necesariamente como una ideología coherente y sistemática. Aquí y allá puede aparecer una manifestación aislada en el “campo contrario”. A veces, por citar un ejemplo, se ha aplicado el sello del derechismo al actual gobierno de España. Sin embargo, es obvio que ciertos rasgos del gobierno de Franco tienen un carácter izquierdista como, por ejemplo, las fuertes tendencias centralizadoras, las restricciones impuestas a las lenguas distintas del castellano, la censura, el monopolio de los sindicatos dirigidos por el Estado. En cuanto a los dos primeros defectos—las tendencias izquierdistas son defectos—hay que recordar los efectos del pasado histórico inmediato.


El nacionalismo (en el sentido europeo) es izquierdismo; y el nacionalismo catalán, vasco y gallego asumió naturalmente un carácter radicalmente izquierdista que se oponía a la centralización “castellana”. De ahí que, en Madrid, casi todos los movimientos que promueven los derechos y privilegios locales, ya sean políticos o étnicos, sean sospechosos de izquierdistas, por oponerse automáticamente al régimen actual y a la unidad de España. (“¡España es Una, Grande, Libre!”). Curiosamente, pero comprensible para cualquiera con un conocimiento real de la historia de España, la extrema derecha en España, representada, naturalmente, por los carlistas y en absoluto no por los falangistas, es federalista (“localista” anti-centralista) en el sentido europeo. Los carlistas se oponen a las tendencias centralizadoras de Madrid y cuando a finales de 1964 el gobierno central hizo un esfuerzo por cancelar los privilegios de Navarra, los fueros, los carlistas navarros, estuvieron a punto de hacer un llamamiento a la rebelión, momento en el que el gobierno declaró rápidamente que sus propios pasos preparatorios eran un “error” y dio marcha atrás.


Todos los movimientos conservadores de Europa son federalistas y contrarios a la centralización. Así encontramos en Cataluña, por ejemplo, un deseo de autonomía y de cultivo de la lengua catalana, tanto entre los partidarios de la extrema derecha como entre los de la izquierda. Los famosos anarquistas catalanes siempre han sido partidarios de la autonomía, pero el anarquismo formal siempre ha sido un curioso mixtum compositum. Sus visiones definitivas eran izquierdistas, socialistas en esencia, pero su temperamento era derechista. Gran parte del “comunismo” actual en Italia y España no es más que “anarquismo malentendido popularmente”. Pero, por otra parte, también es significativo que en 1937 estallara en Barcelona la guerra abierta entre comunistas y anarquistas. Y fueron los anarquistas los que más tiempo resistieron a los comunistas en Rusia, hasta que en 1924 fueron literalmente exterminados en todas las cárceles y campos soviéticos. Se había abandonado la esperanza de “domesticarlos”.


O tomemos el régimen de Metternich en Europa Central. Básicamente, tenía un carácter derechista, pero al haber nacido en oposición consciente a la Revolución Francesa había—como sucede trágicamente con tanta frecuencia—aprendido demasiado del enemigo. Es cierto que nunca llegó a ser totalitario, pero asumió rasgos autoritarios y aspectos que deben calificarse 8 de izquierdistas, como por ejemplo el elaborado sistema policial basado en el espionaje, los informadores, la censura y los controles en todas direcciones.


Algo parecido ocurre con el maurrasismo, que también era una curiosa mezcla de nociones derechistas e izquierdistas, caracterizada por profundas contradicciones internas. Charles Maurras (6) era monárquico y nacionalista al mismo tiempo. Sin embargo, la monarquía es una institución básicamente supranacional. Por lo general, la esposa del monarca, su madre y las esposas de sus hijos son extranjeras. Con dos excepciones (Serbia y Montenegro), todas las casas reinantes soberanas de Europa en el año 1910 eran extranjeras de origen. El nacionalismo es, en cambio, "populista", y la constitución republicana típica exige que el presidente sea oriundo del país. Maurras, sin duda, tuvo ideas brillantes y muchos conservadores europeos han tomado prestadas de él. Pero no fue en absoluto casual que colaborara cuando los nazis ocuparon su país. Tampoco fue cristiano durante la mayor parte de su vida. Sin embargo, volvió a la fe algún tiempo antes de su muerte.


Si entonces identificamos, a grandes rasgos, la derecha con la libertad, la personalidad y la variedad, y la izquierda con la esclavitud, el colectivismo y la uniformidad, estamos empleando una semántica que tiene sentido. Entonces la estúpida explicación de que el comunismo y el nazismo se parecen porque “los extremos siempre se encuentran” no tiene por qué preocuparnos más. En el mismo campo que el socialismo, el fascismo y ese izquierdismo particularmente vago que en Estados Unidos se conoce perversamente como liberalismo, existe un fenómeno que se explicará en el capítulo XIV. Sin embargo, no ocurre lo mismo con el liberalismo europeo. Es significativo que el Partido Liberal Italiano (PLI) se sitúe a la derecha de los Democristianos, junto a los monárquicos. Derecha e izquierda se utilizarán siempre en este libro en el sentido que hemos esbozado aquí, y estamos convencidos de que esta distinción semántica es realmente vital para debatir la escena política de nuestra época.


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Referencias

(1) Traducción al español realizada por Leslie Rivera. Revisión y edición por Jorge Chapas. Partido Fusionista, Guatemala, agosto 2024.

(2) “Izquierdismo. De de Sade y Marx a Hitler y Marcuse”. Obra originalmente escrita en 1909. Este extracto es tomado de la publicación realizada por Arlington House Publishers, New York, Estados Unidos, 1974.

(3) Fue un noble y erudito austríaco-estadounidense, cuyas áreas de interés incluían filosofía, historia, ciencias políticas, economía, lingüística, arte y teología. Se opuso a las ideas de la Revolución Francesa, así como a las del comunismo y el nazismo. Kuehnelt-Leddihn, que se describe a sí mismo como un "archiliberal conservador" o "liberal extremo", argumentó a menudo que el gobierno de la mayoría en las democracias es una amenaza a las libertades individuales. Se declaró monárquico y enemigo de todas las formas de totalitarismo, aunque también apoyó lo que definió como "repúblicas no democráticas", como Suiza y los primeros Estados Unidos. Kuehnelt-Leddihn citó a los Padres Fundadores de Estados Unidos, Tocqueville, Burckhardt y Montalembert como las principales influencias de su escepticismo hacia la democracia. [Wikipedia].

(4) Clemente de Metternich, I conde y luego príncipe de Metternich-Winneburg. Fue un político, estadista y diplomático austríaco, que sirvió durante veintisiete años como ministro de Asuntos Exteriores del Imperio austriaco, además de ejercer en simultáneo como canciller desde 1821, momento en que se creó el cargo, hasta la venida de las Revoluciones de 1848. Fue archienemigo de Napoleón I. A lo largo de su dilatada carrera, Metternich se mostró como un firme conservador, opuesto a los movimientos liberales y prorevolucionarios, dedicándose a la defensa de las monarquías europeas, siendo a través del Congreso de Viena el arquitecto de la «Europa de Hierro», que restauró el Antiguo Régimen a lo largo de los diferentes países del continente, tras la caída del Imperio Napoleónico. [Wikipedia]

(5) Fue un escritor e historiador franco-inglés de principios del siglo XX. Belloc también fue orador, poeta, marinero, satírico, escritor de cartas, militar y activista político. Su fe católica tuvo un fuerte efecto en sus obras. Con hombres tales como G. K. Chesterton, Belloc incursionó en lo que luego se llamaría el “distributismo”, un sistema económico-político basado en las enseñanzas sociales de la Iglesia católica y en la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII.

(6) Fue un político, poeta y escritor francés (1868-1952), principal referente e ideólogo de Acción Francesa, un movimiento político de cuño monárquico, autoritario de derechas y contrarrevolucionario. El pensamiento de Maurras, a veces resumido en su noción de «nacionalismo integral», estaba impregnado de un intenso antisemitismo. Teórico político y de gran influencia intelectual en la Europa de principios del siglo XX, sus opiniones influyeron en varias ideologías de extrema derecha del siglo XX y XXI; también prefiguraron algunas de las ideas del fascismo.



Fotografía: diferenciador . com

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